Los camaleones

No quisiera entretenerles más de lo necesario en esta jornada electoral. Para los lectores que no estén al tanto, que siempre hay alguno —lógico y normal, pues el asunto va de susto o muerte—, hoy son las elecciones europeas, y los ciudadanos estamos llamados a las urnas para decidir quién nos representa en el parlamento, siendo esto último más necesario que nunca. Hay que parlamentar, como dicen los personajes en la saga Piratas del Caribe, en lugar de pegar tantos pepinazos a lo largo y ancho del globo. El título de esta columna no es casualidad, ya que mi pretensión es referirme a dos grupos de individuos que, pese a diferenciarse perfectamente entre sí, deben mimetizarse con el entorno permanentemente para sobrevivir. Me acuerdo de una secuencia en Spider-man (2002) en la que Peter Parker —Tobey Maguire— le habla de esto mismo a M. J. —Kirsten Dunst—, pero refiriéndose a las arañas.

Lo que vengo a decirles es que nuestros benévolos gobernantes —unos más que otros— son como esos intérpretes que llevan a cabo transformaciones espectaculares en función del papel que realicen. Me vienen a la mente nombres como Gary Oldman, Christian Bale, Tilda Swinton, Johnny Depp —recuerden que está de cumpleaños—, Helena Bonham Carter o Luis Zahera. Sean cambios físicos o de estilo, estas personas tienen la capacidad de mostrarnos un personaje completamente distinto en función de la película que corresponda. Apliquen ahora lo cinematográfico a la vida real, concretamente al ámbito político. Es fascinante ver los discursos y analizar las habilidades tan formidables que tienen los piratas del traje y la corbata para cambiar de parecer en un abrir y cerrar de ojos. El clásico «hoy digo A y mañana B» lleva siendo la nota dominante desde el principio de los tiempos y, consecuentemente, los perjudicados —la ciudadanía— tenemos que hacer lo propio y adaptarnos a las circunstancias cada vez más rápido, ya que no sabemos lo que nos va a tocar. Ahí está la metáfora de Forrest Gump (1994), relativa a la vida y la caja de bombones, solo que, en este sentido, uno desconoce si el disgusto va a ser grande o muy grande. Siempre me ha llamado la atención eso de la fiesta de la democracia. ¿Quién se lo pasa mejor? Porque yo no, desde luego. Me encantaría que esto fuese Brigadoon y bailar eternamente, pero la realidad se asemeja más a Tempestad sobre Washington (1962) o a El reino (2018), ya que el mundo está loco, loco, loco, loco. En lo que a mí respecta, ya he comenzado a camuflarme para que los acontecimientos no me pillen desprevenido, que lo mismo destruyen hasta el último refugio. Hoy más que nunca deseo hacer como Mia Farrow y preocuparme única y exclusivamente por la rosa púrpura del Cairo. Menudo panorama.

The Phantom of the Opera


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