En pleno siglo XXI, máxime con el auge de las nuevas tecnologías y las redes sociales, han ido emergiendo plataformas cinematográficas orientadas a la valoración y crítica de películas. Los usuarios comparten, debaten e intercambian opiniones acerca de las sensaciones que les ha transmitido lo último que han visto. Posteriormente, proceden a otorgar una calificación a la cinta en cuestión. Tal es el número de personas suscritas a estas aplicaciones, que el hecho de consultarlas antes de ver una película se ha convertido en costumbre. Vaya por delante que no todo el mundo, ni mucho menos, la practica. No obstante, sobre todo cuando uno lleva un tiempo conectado al mundo virtual, constata que bastantes, quizá demasiados aficionados al cine, conceden una importancia capital a los pareceres de los demás a la hora de ver una película, sea de hace sesenta años o de rabiosa actualidad. Por otra parte, el que esto escribe comprueba, no sin cierto estupor, que parte del público se siente atacado y ofendido tras ver que la nota de una que les encanta es demasiado baja y viceversa. Pero es que el asunto tiene más miga de lo que parece, pues hay gente, y esto sucede en twitter con regularidad, que decide no ver una película a raíz de las opiniones y críticas negativas de la audiencia. -«Es malísima. Lo he visto en filmaffinity.» Comienza entonces una discusión que, paulatinamente, va tomando un sesgo desagradable para devenir en bucle. Un bucle que parece no tener fin, más que nada porque aquellos que lo iniciaron no tienen la más mínima intención de pararse a reflexionar, aunque sea por unos segundos, y pensar: ¿Pero por qué discuto, si yo me disponía a verla? No olvide el lector al otro bando, y digo bando porque, en el fondo, eso que se conoce como filmtwitter, fomenta la constitución de los mismos. Es inevitable, me temo. Es prácticamente imposible eludir el fuego cruzado entre unos y otros. Entre los partidarios de lo que ellos consideran cine y aquellos que osan ver antes una de Marvel que una de Monicelli. Yo pienso que no es en absoluto incompatible. Es más, los días con erre suelo ver «Spiderman» (2002) de Sam Raimi, y acto seguido, “Cuentos de Tokio» (1953) e incluso «Hiroshima, mon amour» (1959). Y todo ello sin consultar Rottentomatoes. Puede parecer un acto de rebeldía, una audacia o que yo sea muy osado, pero lo hago porque me apetece, y no porque «cinefiloputoamo@filmaffinity» le haya puesto un diez a «La infancia de Iván» (1962). Es que si le hubiese puesto un cero, no hubiese influido para nada en mi decisión. Al fin y al cabo, es sólo un número, y el cine va más allá de las valoraciones, acertadas o no de un puñado de personas.
No piensen los lectores que estas líneas abogan por la supresión de tales plataformas. En absoluto. Allá cada cual. Cada uno es libre de hacer lo que le venga en gana y de valorar lo que ve conforme a su propio criterio. ¡Faltaría más! Lo que llama la atención, al menos a un servidor, es el alcance que ello puede generar en el resto del público. Sin embargo, hay quien recurre a estos instrumentos para descubrir joyas de las que nunca había escuchado hablar. Pequeñas preseas, cuyo visionado dejan poso en la memoria del espectador, y le invitan a seguir explorando un mundo tan extraordinario como inabarcable: el cine. Sea como fuere, hay que ver para creer. Al igual que hay que ver para saber si la película es del agrado de cada uno. Que sea del agrado de una persona no quiere decir que sea buena. Es muy distinto. ¿O acaso creen ustedes que un filme malísimo no puede gustar a la audiencia? Si hasta las hay que compiten por los famosos Golden Rapsberry o «Razzies», los galardones a peor película. En España conocidos como premios de la frambuesa de oro. Fíjense en «Sharknado«. Cada entrega es más esperpéntica que la anterior. Y el público se cabrea cuando no gana. Por cierto, ¿adivinan dónde descubrí la saga del tornado de escualos? Si es que todos hemos caído alguna vez.
En cualquier caso, que un porcentaje no decida por nosotros. No tachemos de la lista (yo ya voy por 400 pendientes) una película que esperábamos con ansia sólo porque alguien ha dicho que era una obra maestra y luego le ha puesto un paupérrimo 6,5. El mejor crítico es uno mismo, y en la variedad está el gusto. Porque aquí hay de todo, como en botica, y lo bonito es descubrirlo.
The Phantom of the Opera