Una para la otra vida

Vivimos tiempos bastante convulsos como para preocuparnos por el futuro a largo plazo. Actualmente, el salseo, como suele decirse, está en el presente. En el ahora. En este preciso instante, fijo que hay alguna disputa en las redes sociales sobre lo que ha hecho o dicho tal o cual director, o si este o aquel intérprete ha herido la sensibilidad de los fans de la saga de turno tras unas declaraciones desafortunadas, y un sinfin de cuestiones que están a la orden del día.

No obstante, piensen por un momento en lo que está por venir. No me refiero a dentro de diez o veinte años, sino a lo que habrá cuando ni ustedes ni yo estemos aquí (espero que sea dentro de muchísimos años) ¿Se imaginan la cantidad de películas que se filmarán? O a lo mejor ya no se ruedan, sino que basta simplemente con pensarlas. ¿Qué será del cine cuando sólo seamos un recuerdo para los que nos sucedan? Es más, les pregunto: ¿seguirán existiendo las salas? Ciertamente, el panorama es cuando menos desalentador, como así reflejaba en la columna de la semana pasada. ¿Qué actor encarnará a James Bond? Bueno, igual es una actriz. ¿O quizá habrán denostado y neutralizado definitivamente al agente 007 por no ser políticamente correcto? ¿Y qué me dicen del cine clásico? ¿Seguirá siendo inmortal o lo habrán destruido por considerarlo viejo y obsoleto? Esto último es horrible, pero por si no estaban al tanto de la fauna filmtwittera, existen individuos que abogan por la desaparición de las películas del Hollywood dorado. Y por las de Buñuel, Berlanga, Manuel Mur Oti, Fernán Gómez, José Antonio Nieves Conde y una larga lista de ilustres de nuestro cine. ¿El motivo? Todavía no puedo darles una respuesta, pues los argumentos que han esgrimido los iluminados a los que me refiero cuando he rebatido semejante planteamiento son tan pobres, que no merecen ser motivo de análisis en la Garnier. Otra cosa: ¿habrá cambiado el lenguaje, o la tendencia gilipollesca seguirá creciendo exponencialmente hasta alcanzar las cotas más altas de estulticia?

Bien es cierto que lo que les propongo es complejo, ya que ¿quién sabe qué será del mundo? ¿Habrá un gran cataclismo? Polvo somos y en polvo nos convertiremos. Es extraño pensar que a lo mejor somos los últimos privilegiados en ir al cine, pues reitero: igual cuando nos hayamos reencarnado en ave fénix, el cine ya no se llama cine, ni las películas se proyectan en una pantalla. ¿Conciben un mundo en el que el séptimo arte no tenga cabida? A pesar de todo, ¿cuando nuestro cuerpo esté recubierto de tan majestuoso plumaje, y nuestras lágrimas posean poderes curativos, seguiremos teniendo una sed insaciable de descubrimiento? Lo único que tengo claro es que al pensar en la desaparición de una de mis mayores pasiones, sigo estando aun más loco por el cine.

The Phantom of the Opera


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